Victoria Torres: “El vino responde a una búsqueda, a un descubrimiento.”

Todavía me pregunto si fue una buena decisión aventurarnos a realizar una entrevista telefónica a Victoria Torres. No me malinterpreten. La labor de esta bodeguera de Fuencaliente (La Palma) merecería más de una conversación. Pero me da la sensación de que la personalidad de Victoria, a pesar de los matices de su voz dulce y reflexiva, sólo puede apreciarse en su totalidad sobre el terreno. Después de tenerla casi una hora al teléfono me sobreviene con fuerza el deseo de coger un avión y plantarme en el sur de la isla, sin un cuestionario enfrente y con todo el tiempo del mundo para que me cuente –y me muestre– porque el vino fue para ella “una experiencia reveladora.” Aún sin conocerla, apostaría a decir que su lenguaje corporal explica muchas cosas de su forma de ser y que la calidez que transmite cuando se expresa te abraza con una intensidad arrolladora si te observa con su mirada oscura. Y, lo confieso, lamento mucho perdérmelo.

La trayectoria de Victoria –Vicky– Torres está vinculada a la tradición familiar. Y es que el origen de Bodegas Matías i Torres se remonta al siglo XIX, concretamente al año 1885. La bodega se encuentra situada en un entorno mágico; sus viñedos se reparten en una isla cuyo territorio es reconocido íntegramente por la UNESCO como Reserva Mundial de La Biosfera. Un territorio cuyas características dan lugar a los “suelos pobres y diferenciados” de origen volcánico que acogen las viñas de Matías i Torres, a lo que debe sumarse otro de los rasgos diferenciales del trabajo en la zona, las “cepas viejas”, algunas de las cuales se remontan a los 120 años de edad. La bodega dispone de parcelas en toda la isla por lo que el trabajo que desarrolla con cada una de ellas debe atenerse a distintos factores: “estoy trabajando con distintos elementos, como el suelo y el clima. La isla es de origen volcánico toda ella, pero es verdad que hay diferencias geológicas entre la zona norte y la zona sur; por otro lado, en función de cómo soplan los vientos, encontramos zonas mucho más frescas que otras. A todo ello debe sumársele la cota, que va des de los 200m a los 1400m. La verdad es que contar con toda esta variedad de factores es un gusto, porque nos permite ver la expresión de las variedades locales con las que trabajamos en su adaptación a distintas zonas” (V. Torres).

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Fotografía: Bodega Matías i Torres

 

Victoria forma parte de la quinta generación al frente de esta bodega centenaria –una de las primeras de las Islas Canarias–, pero el trabajo como viticultora y bodeguera no siempre estuvo entre sus planes. “Yo no me formé como técnico, ni en enología ni en viticultura. Soy de una zona rural en la que la gente de mi edad, y hasta la de mi padre, han sido testigos de la degradación, del abandono paulatino y constante de las tierras de cultivo; creo que pertenezco a esa generación de españoles para los que, probablemente, el sector primario no era una opción,” afirma Victoria Torres. De hecho, antes de regresar a Fuencaliente y redescubrir el negocio familiar desde una perspectiva distinta, Victoria cursó estudios de Historia del arte, Educación Social y hasta Náutica y Ciencias del Mar: “¡nada qué ver!”, exclama.

Sin embargo, como si estuvieran predestinados a reencontrarse, el vino volvió a su vida y, a medida que Victoria se fue involucrando en el trabajo cotidiano en la bodega y en el campo, despertó una vocación dormida: “Lo que sucedió, sin ser yo muy consciente de ello, creo, fue que el vino, el trabajo en la bodega con mi padre, se convirtió en un vínculo muy importante. Yo no conocía que tuviera este vínculo, yo pensaba que buscaba otras cosas. Y me di cuenta de que este vínculo estaba ahí y de que era muy fuerte.”

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Fotografía: Bodega Matías i Torres

 

Desde que tomara consciencia de que el mundo del vino formaría parte de su día a día, Victoria Torres se ha dedicado enteramente a explorar la conexión entre la vid, la naturaleza y el territorio, desde lo social y desde lo personal. En primer lugar, porque vive con urgencia el hecho de que la edad media del viticultor en La Palma supere los 65 años de edad. En este sentido, Victoria lamenta que en los últimos diez años se haya producido “un deterioro muy importante en las tierras; las cotas son de difícil acceso para el trabajo y se van abandonando”, a lo que añade: “ahora mismo estoy arrendando viñas a personas de 80 años porque necesito mantenerlas; no por la uva, es otra cuestión. Es conciencia.” Y no puedo evitar remitirme a las ideas que Joan Gómez Pallarès recoge en su celebrada reanudación del blog De Vinis. Algunas, las intenté retener con fuerza en la cata –sería más preciso referirse a ella como experiencia– que nos regaló durante la celebración de Safrània (Montblanc). Ahora, releyéndolas, encuentro todo el sentido a las palabras de Victoria. Y percibo que esa conciencia de la que habla cuando se refiere al mantenimiento de esos viñedos abandonados de forma gradual tiene que ver con la preservación de un paisaje y un modo de entender la viticultura, pero también con el miedo a perder el vínculo que redescubrió en el trabajo con el vino, a perder la identidad. Una identidad que deriva, inevitablemente, del reconocimiento de uno mismo en la relación con la naturaleza (Bach, M. citado por Gómez-Pallarès, J., 2017).

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Fotografía: Bodega Matías i Torres

 

En segundo lugar, porque “en el vino son determinantes las personas que hay detrás; el concepto, el trabajo, la filosofía… todo es importante.” Para Victoria Torres “el vino responde a una búsqueda personal, a un descubrimiento. En mi caso, dudo por todo, dudo en todo, y no sé si eso está en mis vinos, pero probablemente sí.” Aunque si una cosa le gusta a Victoria no es verse reflejada en el vino, sino apreciar cómo se muestra en él quien lo elabora: “una de las experiencias más bonitas que he tenido en el mundo del vino tiene que ver con sentarse en una mesa con vinos de distintos lugares con sus productores y descubrir mucho de esa persona, del lugar, de su historia personal o familiar, mucho de sus miedos o de sus incertidumbres, mucho de sus equivocaciones o de qué tipo de año fue.”

Entre sus vinos insignia encontramos la Malvasía Aromática Naturalmente Dulce, célebre en el entorno 2.0 por las palabras que Josep –Pitu– Roca le dedicó ya en 2014. En el artículo, titulado “Evocación del infinito en La Palma”, el reconocido sommelier aventuraba que “quizás si Neruda hubiera conocido La Palma, con una copa en mano de esta malvasía palmera admirando el cielo, sabríamos cómo es el infinito.” No se me ocurre mejor elogio que aquel que procede de una persona que emana tal sensibilidad, y que no duda en vincular lo vínico a lo poético. Como lo hace el citado Joan Gómez Pallarès cuando dice de esta malvasía que “contiene las verdades esenciales del paraíso y las susurra, […] en una canción que trae la brisa.” Por otro lado, Luis Guitérrez incluyó el Listán Blanco Las Machuqueras 2014, entre los vinos destacados del año 2016 para Wine Advocate. Cada nuevo reconocimiento es para Victoria “una oportunidad, pero no sólo para mí; es una oportunidad colectiva, no puedo entenderlo de otro modo. Nos da la posibilidad de ejercer de ejemplo cercano, de representar a gente joven que ha podido vivir de esto y mostrarlo como una alternativa viable de trabajar en la isla; una alternativa viva, edificante, adecuada… Y es importante porque una experiencia individual no tiene sentido si no repercute en el territorio.”

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Fotografía: Bodega Matías i Torres

 

Otras variedades locales con las que Matías i Torres trabaja son Albillo Criollo y Diego Blanco –blancas– y Negramoll y Listán Prieto –tintas–. Preguntada por si hay alguna de las referencias que elabora que pueda identificarse de manera especial con el territorio, Victoria responde que “la Negramoll, tal como la elaboramos ahora mismo, porque representa la síntesis de la isla.” Se trata de la variedad tinta más común, ya que está presente en toda la isla. “Yo la trabajo en el sureste, en el sur, en el suroeste y en el noroeste de la isla. En cotas que van desde los 300m, los 500m, los 800m y los 1400m. Esto son 2 meses de vendimia, es decir, existen 60 días de diferencia entre la primera vendimia y la última. Luego, las uvas se vinifican y se crían por separado y, finalmente, a criterio personal se juntan en un vino.”

Precisamente, el criterio personal se presenta como un elemento importante en el trabajo de Victoria Torres, que confía una parte de él a la intuición: “Soy mucho de impulsos… Mi proceso es un proceso de revelación. Un proceso que pasa por la relación entre tú y tus viñas, tus parcelas, a las que vas entendiendo año tras año, tras observarlas. Te adaptas y las interpretas.” Y es que debe entenderse que “la viña es la base del trabajo, es la expresión que buscas; nos llevará muchos años lograr la expresión pura de la viña hasta que quedemos satisfechos”, pero no debe renunciarse a “esta búsqueda de expresión del territorio sin más artificios, sin factores que intervengan o distorsionen.” En este sentido, no debemos olvidar que “estamos en el mundo de una forma distinta a las anteriores generaciones. Tenemos muchísima más información de la que manejaban nuestros abuelos o nuestros padres y, quizás por eso, estamos haciendo otras cosas.” Estas “otras cosas” se concretan en cultivar la viña y elaborar el vino de la forma menos invasiva posible, en recuperar el conocimiento ancestral y la tradición artesanal del vino en Canarias, donde “la agroindustria ha hecho estragos y nos hemos olvidado de cómo tratar a la vid sin los fitosanitarios al uso; nos hemos olvidado de cómo era viable la viticultura sin estos productos.”

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Fotografía: Bodega Matías i Torres

 

El trabajo de Victoria no puede desvincularse de una forma muy íntima de entender el vino como conocimiento y reconocimiento. Como búsqueda apasionada que conduce al descubrimiento apasionante. ¡Qué puede decirse de alguien que, desde la sinceridad, afirma que lo que más le gusta del mundo del vino “es sentir que he aprendido; pensar que me he acercado un poco más a ese vino que soñé al inicio del año, al trabajo que hice!” Sostiene Victoria que desea que el consumidor “disfrute con el vino, que le resulte evocador, expresivo, que sea profundo, que le cuente cosas, que le sorprenda, porque es agradable que te sorprendan.” Tan agradable como intentar descubrir a la persona que está detrás de estos vinos. Y eso tratamos de hacer en “Al natural.”

Ya sólo nos queda servirnos una copa, cerrar los ojos y dejarnos sorprender. Quizás así nos acerquemos al infinito. Quizás pensemos en Victoria. Quizás evoquemos el trabajo de quien respeta la naturaleza y el territorio. Quizás, sencillamente, disfrutemos.

Atlántico desde La Bodega
Fotografía: Bodega Matías i Torres

 

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1r capítulo de Al Natural:

Roberto Oliván: “Cuando una cosa empieza y va hacia otros derroteros, nunca debe olvidarse para lo que se creó”