
Podrían pensar –a raíz de la trayectoria de quién escribe estas líneas–, que hablamos del reconocido coreógrafo artífice de Deltebre Dansa y piezas tan emblemáticas como “Mermaid’s call”, “Homeland” o “A place to bury strangers.” No es así, aunque su concepción de todo lo que rodea el mundo del vino tiene algo de coreográfico. Y es que a Roberto Oliván (Logroño, 1982), le gusta hablar de la elaboración de un vino como un puzle donde el factor humano es vital para interpretar las piezas que lo componen y hacerlas encajar. Pero, a diferencia de quién se dedica al mundo del espectáculo, Roberto rechaza el aplauso del público. Para él, Tentenublo Wines “nació como una obligación y una necesidad de intentar vivir de los viñedos” en un momento en que los precios de la uva no eran buenos. “Y, esto, nunca se olvida.”
Concertamos la cita sobre las 11 de la mañana del día 5 de diciembre. Me retraso terminando de revisar toda la documentación previa a la entrevista, con ese miedo tan periodístico de estar a la altura del entrevistado. Le llamo a las 11.12 y, como no podía ser de otra forma, le pillo atareado. Queremos conversar sin prisa, así que lo dejamos para el martes día 6 por la tarde. Así es como los dos, café en mano, Roberto en Viñaspre y yo en Reus, tratamos de acortar la distancia territorial y telefónica que nos separa conversando sobre el vino, la tierra y las personas.
Roberto Oliván se inicia en el mundo del vino mucho antes de convertirse en Ingeniero Técnico Agrícola y de Licenciarse en Enología. Su familia, poseía unos viñedos en el municipio de Viñaspre-Lanciego, y, por ello, el cultivo de la uva y la vendimia han formado parte de su vida desde una edad muy temprana. Como él mismo dice, “si además del vínculo familiar, encima te gusta, ya es casi imposible que te dediques a otro sector.” El paso de vender la uva a las grandes bodegas de la Rioja Alavesa a desarrollar su propio proyecto se produjo en 2011, cuando Tentenublo Wines devino una realidad. ¿La idea de partida? No sólo “vivir de ello y conseguir que los clientes compraran nuestro vino”, que también, sino conseguir que los vinos que de allí surgieran respiraran la tierra y contribuyeran a mantenerla. Porque Tentenublo no puede entenderse al margen de este vínculo telúrico, ni de la estima hacia un lugar concreto: Viñaspre.

Viñaspre es muchas cosas en los vinos de Roberto; es parte de su alma, son las fincas de donde nacen, es un recuerdo vinculado a sus gentes y a su paisaje. Es compromiso. Es la idea de que vivir en el pueblo donde has crecido debería ser posible si contribuyes a ello: “hay un momento en el que uno se da cuenta de que el proyecto va evolucionando y que ya no es solamente hacer vino para ganar un dinero, para vivir, económicamente hablando, porque todo el dinero que ganas revierte en el pueblo, te das cuenta que lo estás dejando en el sitio. Y te dices: estás creando un pueblo o manteniéndolo.”
De este pequeño rincón alavés de apenas 38 habitantes, pues, surge el cien por cien de la producción de Tentenublo Wines. De hecho, su página web reza: Vinos de Viñaspre. Vinos libres, toda una declaración de intenciones sobre el origen y la forma de entender el vino de este cuidador de viñas, personaje atípico, hombre particular y, sobre todo, un ser que vive por y para el viñedo (Calcco). Son vinos de Viñaspre porque “lo que se está intentando con todos los vinos es reflejar un poco el pueblo, a veces se hace de una forma más conjunta en los vinos que son mezcla de parcelas, otras veces en vinos que salen de una parcela muy concreta.” Son vinos libres, puesto que “para hacer los vinos nunca hemos estado atados a nada, hemos hecho lo que queríamos hacer, y es una forma de sentirnos en libertad.”

Aunque embotella bajo el sello D.O.Ca. Rioja, Tentenublo “se articula como si fuera una D.O. en sí misma.” Cada vino, cada referencia, debe contar algo de Viñaspre y esconde una forma distinta de interpretarlo: “para nosotros –afirma Roberto– todos los nombres tenían que contar algo del sitio donde se hacen los vinos. Cuando los vinos van fuera, nosotros no vamos a estar allá para contarlo. No vamos a estar en cada mesa, ni en cada bar. Entonces, las botellas tienen que contar cosas. Y más allá del vino en sí mismo, el nombre del vino tenía que contar cosas. Y son nombres muy apegados a la tierra.” Estos nombres se concretan en Tentenublo, Xérico, Escondite del Ardacho y Los Corrillos.

El primero, hace referencia al nombre que recibía el repique de campanas que se utilizaba en los pueblos de la Rioja para alejar a las nubes de granizo durante la maduración de la uva, mientras que Xérico es homenaje a las cuatro generaciones de viticultores de la familia de Roberto Oliván, personificadas en la figura de su abuelo. Para él, “Xérico y Tentenublo son nuestros vinos básicos, que hemos separado según dos tipos de suelo; en Xérico, que es el vino de casa, el más sencillo, se ha utilizado el suelo de Margas Calizas, mientras que el de Margas Areniscas Rojas lo hemos usado para Tentenublo.” Del Escondite del Ardacho, por otro lado, “salen cuatro vinos de parcelas individuales, que no son necesariamente las mejores, pero que tienen un vínculo conmigo,” cuyo nombre deriva de un lagarto que se esconde tras los matorrales que crecen alrededor de los viñedos. El último proyecto de Tentenublo, Los Corrillos, “quiere ser un reflejo de cómo hemos ido evolucionado. En todo lo que hemos ido comprando, que son parcelas muy pequeñitas, hemos ido plantando plantaciones nuevas, y todo eso va a un cajón de sastre que se convierte en Los Corrillos. De ahí van a ir saliendo un montón de cosas, en un proyecto concebido más como un juego, para pasármelo mejor.”

Precisamente, el vino entendido desde la sencillez y desde lo lúdico, pero también desde la seriedad y desde la tenacidad en el trabajo, dicen mucho de Roberto. Joan Gómez Pallarès (2013), en su libro “Vinos Naturales en España. Placer auténtico y agricultura sostenible en la copa” le define como “un vendaval de energía.” Aunque no le conozco en persona, su voz y su forma de expresarse así me lo transmiten. Cuando le pregunto si los trazos personales pueden apreciarse en los vinos que elabora, me responde que no sabe si sus vinos se parecen o no a él, pero confiesa –entre risas– que sí cree que “se ha ido notando que yo voy más asentado o centrado y que los vinos también lo están. Si tú estás a gusto, esto se nota en tu trabajo, en los vinos que elaboras. Si tú estás desordenado y acelerado, los vinos no encajan.”
Lo que sí está claro es que Roberto cuida con detalle cada una de las piezas del puzle que compone un vino. Y que en cada una de ellas hay un trozo de Roberto. Estos se manifiestan bien en el juego con los nombres de los vinos o bien en los diseños tan característicos que los acompañan. “Después de encontrar un nombre que tuviera una historia que contar, me di cuenta de que, sobre todo al inicio, cuando no nos conocía nadie, había mucha gente que podía llegar a la botella a través del diseño”, afirma Roberto. La agencia de comunicación visual Calcco es la responsable de dotar de corporeidad las historias que se esconden tras Tentenublo, Xérico, Escondite del Ardacho y Los Corrillos y de sostener en la creatividad el primer paso en el camino del cliente hacia Tentenublo Wines. Para Roberto Oliván: “Si el cliente coge el vino, lo lleva a su casa y encima el vino da la talla, pues ya lo tienes para toda la vida.”

Y es ahí donde reside la otra clave de su trabajo, en “dar la talla.” Aunque no se trata en absoluto de un asunto relacionado con una satisfacción ególatra. Sus vinos no pretenden más que “cumplir con el objetivo básico del vino: refrescar y servir como alimento.” Para Roberto, “ahora mismo se está perdiendo todo esto; qué el vino debe emocionar…, pues sí, emocionará si está bien hecho y si consigues que sea un reflejo de tu trabajo diario, pero no debemos creer que el vino es la panacea.”
Llevamos media hora hablando y seguiríamos. Por el placer de escuchar a alguien hablar con pasión de su entorno, de su pueblo, de tocar con los pies en la tierra. De la necesidad de aislarse de “toda aquella gente que no produce vino y quiere vivir de nosotros” y de procurar enriquecerse con “la intercomunicación entre los amigos que entienden el trabajo de la misma forma.” De la necesidad de volver siempre a los orígenes. “Cuando una cosa empieza y va hacia otros derroteros nunca debe olvidarse para lo que se creó.” Hablamos de La Conca 5.1 y su evolución cuando Roberto pronuncia estas palabras. Pero resuenan más allá de la trayectoria de este medio donde ahora me leen. Son palabras válidas para todo aquel que, como Roberto, como Leandre y Josep, ama su trabajo.
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*La entrevista a Roberto Oliván abre la sección “Al natural”, dónde los próximos meses publicaremos artículos centrados en personas que viven el vino de acuerdo a una filosofía basada en condicionar su cultivo y su elaboración con la menor cantidad posible de elementos ajenos a la propia naturaleza.