
Nuestros chamanes dicen que antes de que hubiera animales que corrieran sobre las praderas, antes de que hubiera plantas que cubrieran las rocas y los llanos, no había más que dos potencias, la luz y el agua, el sol y el mar. Y un día la luz se enamoró del agua, el sol se enamoró del mar y tuvieron lugar las más felices, profundas y placenteras bodas que hayan ocurrido jamás. Y los rayos del sol, como el miembro viril de un gran dios, penetraron en el lecho de las aguas. Y de aquella boda surgió la vida, que somos todos nosotros.
El corazón del cazador, Lauren Van Der Post
No podemos sobrevivir como especie si se privilegia y se protege la avaricia y si la economía de la avaricia fija las reglas de cómo vivir y morir.
Las guerras del agua, Vandana Shiva
Aquel suceso hizo que me sintiera vacío, ausente distanciado. Del mundo, de la historia, del futuro. Tuve la sensación de que las decisiones trascendentales serían inevitablemente tomadas por otros, que yo siempre estaría al margen y que mi única posibilidad era correr por el andarivel que otros me adjudicaran. Después pasan los años y uno aprende que las cosas no son tan invariables, que siempre queda un segmento de decisión del que uno es responsable y de cuyo compromiso no te podés librar tan fácilmente.
La borra del café, Mario Benedett
Empezó mayo y lleva una semana lloviendo de forma alternada. Algunas noches pude sentir el magnetismo del suelo agrietado atraer el agua hacia su centro Por las mañanas se riegan los árboles bajo una cortina fina de gotas dispersas, ligeras y estiradas, como artificio de Año Nuevo cuando la pólvora se agota y se deslizan con parsimonia y libres de violencia los cohetes hacia la tierra. Por ello, será, hoy me siento en un oasis, por la humedad sostenida, con sombra fresca, percibiendo la ausencia de polvo, pudiendo desplegar los párpados ante el cubrimiento del sol y sus insistencias caloríficas. Hoy, a la vera de mis botas encharcadas, observando el barro resbaloso en el patio, atendiendo al gris nuevo que empieza a acumularse en las nubes del norte, me aferro a esta esperanza diminuta para poder escribir.
Hablar fuera de la intimidad de la sequía, cuando ella está aún presente, acechando, cuando ante su yugo dictatorial todavía respondemos, nos organizamos y proyectamos, no es cosa sencilla. No es un acto que me libere, tampoco algo que me ofrezca soluciones: solamente un documento notarial que constata ante el descreído que esta realidad es compartida y doliente y que, tarde o temprano, acabaremos todos comprendiendo cómo un mismo hilo de producción – distribución – disponibilidad a todas nos mueve.
Me bautizaron bajo un chorro de agua que corría por la mano del Pater Deninger. Un dentista en mi adolescencia me dijo que tenía la saliva muy pegajosa, ‘a ver los chicos qué te dicen’, guiño -guiño. Amaba a Eric y jugaba a que era la Sirenita con los pies anudados y la vista fascinada ante un tenedor. Rompí aguas antes de ponerme a parir. Mecía a mi bebé en agua tibia y él lloraba porque nunca se quiso bañar. Su bisabuelo murió después de haber regado las últimas hortalizas que aquella esquina vería brotar. Nací en julio: soy un cangrejo que se acerca y se aleja del mar. Mi abuela no sabe nadar. Helena prefiere la birra por encima del agua mineral. Mi hermano me enseñó a sumergirme en agua helada. De madrugada, con las luces cerradas y el resplandor de la luna acabándose de apagar, caliento el agua del mate. Caen lágrimas gordas de los ojos de mi amiga cuando le toca enterrar a su madre. Mi novio es un acuariano que querría haber aprendido a surfear. Nos comemos la boca en una calle oscura y pienso que sin la humedad que acumulo entre las piernas, poco de lo que imagino podría devenir. Se cuecen en agua la pasta, las papas, la última calabaza de la despensa del otoño. Es agua nutricia la savia que alimenta a escondidas a los árboles. En un aborto espontáneo, parí entre la sangre densa una bolita transparente llena de agua. No había nada más que líquido prístino dentro. Era el nido para otro ser, una potencia de agua y membranas.
Llevo meses intentando parir este artículo. Me persigue, me ronda, procuro esquivarlo, pero vuelve y me confronta, todo contracción y atención hacia mi ombligo: ¿por qué tanto miedo a escribir sobre la sequía? Si otros lo hacen y llenan tertulias, trazan vías de escape desde columnas, señalas culpables en artículos. Y yo, ante este ventanal cubierto de polvillo, ¿qué onda este mutismo?
Resulta difícil escribir cuando aún la historia se está sucediendo. Escribir no como cronista, simpatizante o vecina, muy cercana, pero sólo observadora al fin, sino relatar ocupando el lugar de actor principal, eje de la movida, primera ficha del dominó. Como el abismo comunicativo entre el médico que describe un diagnóstico nefasto y el propio paciente anunciándolo en voz alta. La acción que la vivencia ejerce sobre el cuerpo es determinante. Será que el higrómetro bajo mínimos no me deja más opción que la garganta reseca, las piernas fatigadas, las manos con el optimismo en reserva. Y el silencio que se aferra a la esperanza rara de dejar el tiempo pasar.
A los lugares con manantiales y fuentes siempre fue el ser humano a sanar: aguas que estallan calientes desde el suelo, ollas fondas o vertientes con una mineralización particular. Convertidos para algunos en lugares de peregrinaje, centro de cura, salud, resguardo. Pero los modernos ya no estamos para esto. La salud la compramos con dinero y reservados a los viajes para jubilados y amantes en busca de estímulos nuevos quedaron aquellos destinos de veneración acuática. Toda la simbología de purificación y regeneración reventada. Lo que se mantiene es el agua para jugar con ella: parques de toboganes, amarres para yates, el lavadero de autos abierto 24hs.
El primer sector es esto, la primera línea del bastión, donde estamos aquellos iniciáticos en ver la magnitud de la ola. Los que siguen, apenas habrán visto la espuma, la sal toda revuelta. Somos Sandra y Keanu en la parte de adelante del bondi cuando todo parece estar encarrilado para irse a la mierda y nosotros igual, dale Keanu, nos agarramos fuerte al volante, nos miramos a los ojos asertivos, determinados a sudarlo todo intentando esquivar el evidente desenlace final.
No tengo un diagnóstico de la situación. Ni mapas ni estadísticas ni encuestas, nada. Y aunque se me ofreciera todo en combo, acabaría enojada también: porque nosotros lo constatamos cada día de cada uno de estos últimos años cuando la hierba fue ganando en timidez y recogimiento; porque es información que sólo servirá para justificar una partida presupuestaria, la labor de un puñado de funcionarios y una nota de prensa llena de greenwashing socio-político. Porque no hay numerología que haga llover, de la misma manera que no hay quien “de arriba” se moje para cambiar aquello que sí podría cambiar. No obstante, lo que sí tengo, es la intuición que me señala (alcen la mano los implicados si me equivoco) que la expectativa máxima de casi todos es resistir: a que pare de sacudirse La Samba, a que se acabe lo sinuoso del camino, a que de una buena vez pueda vomitar todas estas angustias que se me atropellan en el vientre.
Entro al huerto donde no planté nada. La mayor parte está cubierta de cenizo, troncos de medio metro densamente enramados. Está el verde de las hojas forrado por muchas gotitas. El suelo está arenoso, empapado, pesado. Hago terapia de cuclillas y manos: recorto algunas matas, a muchas las arranco de raíz, principalmente todas allí donde frenaron el rebrote de la menta. Quién hubiera dicho que tenía tanta fuerza, con esa pinta de plantita débil que tiene el cenizo, para detener a la menta y esa tenebrosa destreza suya para replicarse, expandirse y colonizar sin ser vista por debajo de nuestros pies. Estoy en silencio porque es lo único que me sienta bien. Antes de apagarla, por la radio anunciaban las limitaciones al regadío, al agro en general. Quedan antes pueblos sin agua que los jardines de la ciudad sin riego. Seguidos, anuncios desconcertantes sobre el desembarco masivo de turistas que se esperan para este verano. Que van a dejarles una nota informativa, dicen los hoteleros, donde probablemente digan que poca agua hay para casi todo el país, pero chill, tourists welcomed, just try not to flush too much y por favor, por favor foráneo querido, te invitamos a que, a pesar de cliente y siempre con tu razón por delante, no elijas llenar la bañadera tres veces al día. Pero ¡ey!, don’t worry amigo que, si lo hicieras, te seguiremos sonriendo, diciendo hope you enjoyed your stay y a otra cosa mariposa. Que los pastores están lejos, que el pasto por acá igual tampoco es que crezca tanto y que, a final de mes, lo que interesa es cuánto billete vamos a poder masticar.