Bilingüisme

El bosque original es el escenario mágico en el que nacen la cultura y la mitología. La fuente inagotable que proporcionaba (…) la madera, materia cálida para hacerlo todo, los frutos para alimentarse y un entorno siempre único y diferente para la fiesta, la reunión o las celebraciones de toda clase.
(…) Antes de que nacieran las religiones y las civilizaciones humanas, los primeros templos se encontraban ya al pie de los árboles, en lo más profundo del bosque o en los claros de las inmensas selvas que poblaban Europa.

La memoria del bosque. Crónicas de la vieja selva europea – Ignacio Abella

Finalmente estamos en ruta. El termómetro señala 37 grados. Es imposible ver el horizonte: smog, polvo del Sáhara y la vista achinada por el resplandor.  No recordábamos vacío el depósito y al activar las escobillas nos queda el parabrisas enchastrado de marrón. En la radio recomiendan sombra e hidratación y predicen que el asfalto pasará de largo los 50 grados. Llevamos las ventanas del auto abiertas y aunque pretendo estar refrescándome, solo es dióxido de carbono caliente lo que me pega en la cara.

Nuestro destino es La Figa, love hotel. Marçal dice que la habitación que reservó es de 30m2, con cama circular en el centro y cielorraso espejado, con ducha translúcida, una pequeña sauna turca, una hamaca, un diván mullido en forma de onda, la opción de un balancín y un armario modernista que guarda cuerdas y manillas afelpadas. El escenario es de burdel modernillo, con paredes moradas, cortinas de purpurina, sábanas rojas, suelo de madera, una mesa negra y despejada para garchar encima, animal print en el baño y un dispensador automático de fragancia de coco y canela en cada esquina del cuarto. Cuenta, sin dejar la vista de la autopista, que pagó el upgrading para una sex-box con juguetes, lubricantes saborizados y la contraseña para acceder a un surtido de videos de erótica variopinta. He flipat, tenen moltíssimes coses. A mí, me tranquiliza constatar que la habitación tiene aire acondicionado y ventanas oblicuas para que ningún amante pueda coquetear con el más allá.

En la radio vuelven a hablar de futbol, de las obras en la ciudad y de todos los adultos que estamos huyendo hacia nuestros particulares xikiparcs. Marçal extiende su disertación sobre los detalles organizativos: que trae cargador y pilas, que por si me animara, agarró la videograbadora de sus viejos, aunque no recuerda del todo si se guardó andando o si es otro fósil más de su infancia. Que encargó cava helado, bombones belgas y copas de cristal. M’han assegurat que canvien els llençols cada dia.

Al tomar la salida B36, el auto que viene por detrás nos toca fuerte la bocina. Deduzco que señala que llevamos una puerta abierta, pero cuando lo miro descifro que grita vete a la mierda. Desaparecen todos los carteles que indican una siguiente salida hacia algún cinturón de la ciudad y el entorno se va ampliando. A nuestro alrededor, dejan de predominar los tonos de gris. Triunfan el verde alto de las ramas, el ocre y el amarillo del sol cuando añeja. Diría que el cielo brilla más claro, que hay más flores al margen del camino.

En esta vía somos el único auto circulando. Una piedra, un bache, una distracción, nunca lo sabremos de verdad, pero algo nos revienta una rueda y acabamos badén abajo. Marçal deja de hablar de La Figa. Mira al suelo y empuja un escarabajo de coraza negra que quedó inmovilizado panza arriba. El bicho recupera la orientación y reemprende su andar hacia el destino que ya había dado por perdido. A nosotros, nos quedan tres horas hasta que llegue la grúa al medio de esta nada. Los teléfonos, hace rato que nos quedaron sin señal. Cuando presto atención al escenario que nos envuelve, me invade el vértigo de lo insondable, el sinsentido de ser efímeros. Y por un momento querría quedarme para siempre acá engullida por esta belleza hecha de incontables fragmentos; entre los árboles, el espliego y las hormigas hacerme una profunda madriguera.

Apoyo mi peso cansado sobre el lomo de un haya gigantesco, con los pies separados en alineación con mis hombros y la presión firme de la madera contra el monte de Venus. Miro hacia la nada y lo inspiro todo: madreselva, las flores diminutas del espino blanco, el polvo que se escapa de la humedad del sotobosque. Percibo aleteos, algo escurriéndose entre la hojarasca. Marçal me abraza por detrás, apretando todo su cuerpo a mi espalda. Tiene la voz grave y lleva la piel áspera en la cara.  Somos un trío de savia, raíces y sangre caliente. Quan ens en sortim d’aquesta, anirem junts a agafar pollastre rostit. D’aquest que busquem sabent que satisfarà la nostra gana, el nostre desig. El que té la pell bruna i cruixent, la carn tova i calenta. Aquest que mengem amb les mans, gaudint-lo a poc a poc: la seva salaó, la seva tendresa. Rossegarem el ossos fent pessics mesurats. Tu et lleparàs els dits mentre jo ressegueixo amb la llengua el greix que acaba al meus llavis. I quan treguis els bitllets de la cartera, pensaré en que res m’agradaria més que ficar dins teu la punta d’un dit mentre parlem així distrets entre els moviments del mercat, com qui agafa un manat de pastanagues i el deposita al fons d’un cabàs, com qui compra el pa i el guarda a la bossa. I en la distracció de l’ambient de carrer, me’l ficaria a la boca per saber quin gust faig quan passo pels teus pensaments i surto del teu cos havent mutat, dens i llefiscós, igual com la resina que supura del cedre tot i no presentar ferides. Seria com aquells estius de la infantesa, quan m’enganxava resina entre l’índex i el dit gros i jugava sol estirat sota un arbre gegantí, amb branques magnífiques, fulles lluentes, pètals al terra, a tenir els dits encolats, fent des de aleshores de l’olor de sucre torrat i fusta molla del cedre un refugi acollidor, alegre i revitalitzant.

Nos apartamos de la vía siguiendo un sendero que acaba desdibujado por los rebrotes de la maleza. Marçal me mordisquea desde los talones hasta la coronilla, una vaquita de San Antonio cuando sube a la punta más alta de un tallo y se deja caer aferrada a su floración cuando su peso tumba el tronco del cereal. Y quedan allí, rendidas en un estrecho abrazo, bajo el sol claro y el aire prístino, la flor y su mariquita. No decimos nada; tenemos los músculos duros. Por encima, el canto de las aves al atardecer, el dorado íntimo y abrasador del sol antes de caer hasta la madrugada. Silencio de bosque y la respiración acelerada de las bestias entre el follaje. Se desprenden encima nuestro, las flores alargadas de los castaños. ‘Fullem’ aquí? Nuestro jolgorio excitado se lo lleva el eco hasta el fondo del valle. Y mientras Marçal se detiene a cada beso que baja para conocer a qué me huele la piel expuesta, a atender a todos los matices de mi territorio, me distraigo y diviso a poca distancia una salpicadura de puntos rojos a ras de suelo. Estiro los brazos y con delicadeza traigo unos pocos frutos hacia mí. Són maduixes de bosc això. La meva padrina deia que són el fruit de la passió dels bosquerols. Provem-ho y pone frutillitas que recoge de rodillas a mi lado en cada espacio exento de pendiente de mi cuerpo: en mis párpados cerrados, en el centro de mi ombligo, en el carril distendido que forman mis piernas cuando las mantengo juntas, un fruto para cada hendidura entre mis dedos. Apenas tienen perfume, pero mientras las hace puré contra su paladar y yo intuyo el rojo desgranado en sus dientes, Marçal balbucea. Tenen un gust narcòtic, desconcertant, una aroma intensa que es pot mastegar i no arriba a ser mai massa àcida, mai massa dolça i tampoc se’n té mai prou. Nos salen gemidos ronroneados, propios de las fieras domesticadas, parecidos al sonido dulce de los cachorros cuando despiertan.

Sempre que caic sobre el teu pit, penso que tens un parell de turonets de baixa dificultat, com una serralada que cau desgastada a la boca del mar. Dues pomes que maduren dalt la branca i el sol estova i rega de lluentor estival. Voldria cada vespre de la teva era ser el pagès.  Nos comemos en una masticación sonora, húmeda, en un festín del que darán testimonio los grillos con su rasguido, las abejas y los abejorros mientras polinizan. Oímos un tropel repicando las pezuñas contra el suelo. Són ovelles, sé com balen, reconec la seva olor. El meu avi, era pastor. Pasa el rebaño al lado nuestro, todos los animales con la lana barriendo polvo hacia el cielo, algunas quedando rezagadas porque se detienen a boquear al paso una hoja de zarza, otras porque se acuclillan para mear. Enterramos y volvemos a desenterrar los dedos de los pies en la tierra suelta mientras las contamos al pasar.

Disfruto de mirarlo a la boca cuando brotan en su idioma las palabras. Y la S le vibra en los labios y la LL es su lengua bien amplia, cuando modula desde la lengua para pronunciar la L geminada, su X que es arroyo cuando en verano fluye lento. Al oído: xai, xocolata, aixopluc. La luna brilla en alto desprendiendo fortaleza y quedamos encendidos sobre la hierba, sosteniéndonos la mirada como el gato cuando acecha su presa, pausados, con atención plena. Me observa hambriento y yo me arrimo para entregarle mi cuello, mi vientre y mi espalda desvestida. Exhala aire caliente. Se silencian los sapos. Las lechuzas se van. A mi m’agrada quan t’enfades i no entenc gaire del que crides i puc perdre’m en aquella cantarella de vocals allargades que fas, com un riu que no frena i que em fa voler ser càntir per recollir a la boca tota l’aigua que de tu brolla. Nos aprietan las nubes contra el suelo, rodamos sobre hojas que crujen, nos lamemos las caras y quedamos con palitos, musgo, liquen aplastado, todo despeinado en la cabellera.

Dudo si solo somos susurro o encanto volátil del paisaje.

Guaita el cel, esquitxat de llet d’estrelles.